La mano negligente empobrece; Mas la mano de los diligentes
enriquece. Proverbios 10: 4
El Señor nos dice en su Santa Palabra, que la mano del negligente
empobrece: o sea que nos está dando una razón, una causa-consecuencia de que la
acción negligente hace que el hombre empobrezca, y que esa misma negligencia lo
perjudica.
Según la RAE, la palabra negligencia, significa: 1. f.
Descuido, falta de cuidado. 2. f. Falta de aplicación.
Entonces es el descuido, la falta de cuidado, el no
ocuparnos de las cosas que son esenciales, dejar para otro momento lo que
podemos hacer hoy. Esto es la negligencia. Y la consecuencia de la negligencia
es la pobreza.
Otra definición dice: [persona] Que no pone el cuidado, la
aplicación y la diligencia debidos en lo que hace, en especial en el
cumplimiento de una obligación.
Y así toda actitud negligente en la vida produce pobreza.
Sea que seas rico o pobre, tus actitudes negligentes te producen pobreza o
disminución de tus expectativas.
¿Ahora cuántas clases de pobreza pueden haber? Muchas, pero
hoy vamos hablar de sólo algunas: La pobreza económica, la pobreza espiritual y
la pobreza moral.
LA POBREZA ECONÓMICA
Una de las más preocupantes es la pobreza económica y es la que trataremos en este momento. Déjame decirte que de acuerdo a esta escritura de la Biblia es la negligencia en tu vida la que te empobrece. Puede ser que en la teoría social sobre la pobreza existan muchos factores externos, pero en el aspecto personal la mano negligente produce pobreza económica y esta es una gran verdad. Pensar que debes recibirlo todo del estado es una utopía. Porque de algo tendrás que hacer la diligencia.
Decía uno de mis profesores de economía y ventas, un
ingeniero que nos daba clases, “NO HAY PEOR GESTIÓN QUE LA QUE NO SE HACE”.
Bueno no sé de donde sacó este Señor esta frase, puede ser que se la haya
copiado a algún gran filósofo o pensador, pero él me la dijo cuándo explicaba acerca
de las acciones personales que uno debía emprender para conseguir las ventas y
las aspiraciones y objetivos que debería uno cumplir en el marco personal como
vendedor. Es decir la más mala GESTIÓN, la peor de todas las gestiones, no era
inferior a la que no se hacía. Esto es, que si yo pretendía ganar ventas para la
empresa a la que servía como vendedor, tenía que ir a hacer la gestión, que así
sea que tuviese que recorrer 30 citas diarias para conseguir una venta no
existía peor gestión que la que yo no la hiciera, las 29 visitas podrían salir
mal, pero la número 30 esa sería la exitosa. De esa última visita probablemente
obtendría mi venta diaria. Y no había peor cosa que no hacer la gestión, en
otras palabras, para ponerlo de modo grosero lo que me decía este entrenador
era: Oye vago ponte a explorar clientes,
porque si estás sentado ahí en tu silla de escritorio o en la cama de tu cuarto no lograrás hacer nada, sino
te mueves a hacerla. Visto de esta manera eso era lo más importante.
Si queremos algo en la vida tenemos
que ponernos a trabajar por ello.
Pero aquí dice el proverbista que la mano negligente, ¡ah
entonces! lo contrario es la mano diligente. Pero la mano que se mueve, la que
tiene ánimo, la que suda, la que se esfuerza, la que está presta, esta es la
que alcanzará la victoria, esta es la mano que Dios bendecirá. Dios quiere ver tu mano, ¿qué mano tú tienes? ¿Cómo
son tus manos para emprender algo en la vida?
Una manera de hacer las cosas:
Si yo quiero hacer las cosas tengo que planificarlas, con la
ayuda de Dios o con mi propia ayuda. La vida de las personas diligentes son
planificadas delante de Dios y de los hombres. Si no planifico ¿cómo será mi
vida? no podré salir adelante. Esto es, que puedo ser diligente, pero si no
planifico y me organizo de nada me sirve el ser diligente.
Es más, el ser diligente acarrea que seas organizado.
Ejemplos de personas diligentes y organizados: José, él fue un hombre de Dios,
diligente y organizado, dice la Biblia, que Dios hizo prosperar a Potifar (su
amo) por causa de él.
Génesis 39:3 “Y
vio su amo (Potifar) que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía,
Jehová lo hacía prosperar en su mano.”
Bueno muchos entenderían que aunque José no hiciera nada, Jehová lo iba a prosperar. Pero póngale atención al verso y “VIO (Potifar)… QUE TODO LO QUE ÉL HACIA”. Mire bien, y “VIO”, esto es que él se dio cuenta con sus propios ojos, de que José efectuaba acciones prósperas y luego el otro verbo es “hacía”, quiere decir que “hacía algo” y entonces Jehová lo prosperaba. Note que por José, Potifar conoció a Jehová. El testimonio de José era tan claro, que lo que él hacía, Dios lo prosperaba. Entonces José le testificaba a Potifar de que el “Dios Jehová” de él, era el que lo prosperaba. ¡Qué maravillosos es cuando nuestras acciones, nuestra mano diligente, Dios bendice! Y son por estas acciones que testificamos de Dios, quizá José le habló a Potifar de Jehová, pero fueron sus resultados, sus esfuerzos, su trabajo diligente por medio del cual Potifar se dio cuenta de que el Dios de José era verdaderamente real.
Supongamos que José no hubiera hecho nunca nada, que él se
hubiera echado en la mansión de Potifar y hubiera sido un haragán y un vago.
Pregunto, ¿aun así Jehová lo iba a prosperar? Note que el condicional aparente era:
“que lo que él hacía Jehová lo prosperaba.”
Si tú no haces nada, Dios no te
puedes prosperar.
Si tú quieres algo de Dios, sé diligente. Pablo dijo:
Efesios 4:28: “El que
hurtaba, no hurte más, sino trabaje,
haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que
padece necesidad.”
Y añade en otro: 2
Tesalonicenses 3:10: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.” Observe que dice, que el que no trabaje.
Póngale diligencia a su trabajo,
tenga la mano diligente.
Dios prosperará al que es
diligente. Si tú trabajas con la fe en Dios y eres diligente, Dios te prosperará.
Aunque el principio bíblico es que la
mano del diligente enriquece, no dice que Dios bendice al bueno o al justo o al
que cree en el o no. El principio bíblico que Dios le da al hombre es que seas como
fueses; si eres diligente enriquecerás y prosperarás. A veces envidiamos a los
impíos que prosperan, pero estamos dispuestos a ser diligentes como lo son ellos.
La envidia nos corroe, pero no somos capaces de imitar su diligencia. Debemos ser
capaces de ser organizados, de levantarnos temprano, de hacer las cosas con
inteligencia, con prudencia, con sentido común, con sabiduría. Dios dice:
Santiago 1:5 “Y
si alguno de vosotros tiene
falta de SABIDURÍA, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada.”
Somos capaces de hacer los que otros hacen de acuerdo a su
diligencia. Somos capaces de poder organizarnos, de hacer sacrificios y tener
diligencia o esperamos que Dios haga esto por nosotros.
LA POBREZA ESPIRITUAL
2 Timoteo 2:15: Procura
con diligencia
presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que
usa bien la palabra de verdad.
Efesios 5:15: Mirad, pues, con diligencia cómo
andéis, no como necios sino como sabios.
Envidiamos a los grandes pastores y ministros de Dios, envidiamos
a los hombres espirituales que tienen éxito y los queremos acabar. Los
envidiamos a tal punto que estamos buscando cualquier resquebrajamiento para
poderlos criticar. Y cuando caen, nos gozamos en nuestro interior y decimos cayó
el que decía que andaba con Dios. Note lo que dice la
Biblia:
Salmos 22:8: “Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele,
puesto que en él se complacía.”
Somos capaces de juzgar a otros, de envidiarlos pero incapaces
de ser como ellos. Nos da envidia como son, como visten, como hablan, y decimos:
“se creen la divina pomada.”
Así también es en el orden espiritual. Observe lo que
hablaban de Jesús:
Mateo 12:14: “Y salidos los fariseos, tuvieron consejo
contra Jesús para destruirle.”
Ellos querían destruir a Jesús por envidia, porque a pesar
de que ellos eran maestros de la ley, estrictos en todas las cosas, ellos no podían
curar ni aun a una cucaracha. Pero el HIJO DEL CARPINTERO, ese que decían que
no era digno de llamarse el mesías de Israel, hacía milagros y maravillas, resucitaba
muertos y el pueblo se iba con él y querían hacerle rey.
La envidia y no la diligencia fueron los motivos de matar a Jesús.
Al igual que en el aspecto económico nos mueve la negligencia en lo espiritual
también. Queremos que Dios nos hable a nosotros, pero somos incapaces de buscarle
como lo hacen estos que criticamos. No hay diligencia ni trabajo en lo
espiritual y queremos ser grandes y que Dios obre maravillas en nosotros y no
somos capaces de pagar el precio que tiene la mano del diligente para tener más
de Dios en nuestras vidas.
Al igual que en lo económico, Dios prosperará la mano
diligente y castigará la mano del negligente.
LA POBREZA MORAL
Mi amada madre de niño me miraba con ojos graves y su frente
se fruncía y me hablaba:
“nunca te cojas nada de nadie, no cojas ni un
alfiler, si encuentras algo devuélvelo, pues no es tuyo.” Todavía
recuerdo su voz grave y firme en señalarme esto cada vez que iba a la escuela;
y mi madrecita no era una mujer que había ido a una universidad a aprender
esto, ella había sido sirvienta a sus 8 años en una casa de una familia rica de
la ciudad de Cuenca, a lo mucho a ella le habían enseñado un poquito a leer y a
escribir. Posiblemente esto se lo infundió su patrona que hizo las veces de
madre de ella. Pero esto que ella aprendió de la universidad de la vida me lo enseñó a mi, a su hijo. Todavía recuerdo sus sabias palabras y consejos que me los llevaré de
recuerdo hasta la tumba.
¡Siembra en el niño! Mira la Escritura Sagrada dice:
Proverbios 22:6: “Instruye
al niño en su
camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.”
Instrúyelo de niño,
no esperes que de viejo cambie, ni desees instruirlo en su caminar cuando esté él
torcido. Cuando es niño, sé diligente, no digas mañana lo haré, o esperaré que
el entorno social lo cambie. Tú eres el llamado, como padre y/o como madre, a instruir
a tu hijo. No es el estado, no es la
sociedad, no son los amigos, no es el pastor, no es el profesor, es tu
ineludible deber. Instruye al niño dice la escritura, tú lo pariste, tú debes enseñarle
el camino. El camino bueno, no el malo, por el camino bueno, por el camino de
la rectitud, por el camino de Dios. Si tú andas por el mal camino, dale la
oportunidad a tu hijo de no caminar en él. Dale la oportunidad de que él no
muera como tú. Dale la oportunidad de que sea diferente, dale la oportunidad de
escoger. Y así en todos los aspectos sé diligente. Mira lo que dice la
Escritura:
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